El Cusco de ayer y el Cusco de hoy

El Cusco de ayer y el Cusco de hoy

Por generaciones, Cusco ha sido el corazón palpitante del mundo andino. En sus calles empedradas y muros incaicos se conserva la memoria viva de un imperio milenario. Pero Cusco no es solo un museo al aire libre: es una ciudad que respira, cambia, se adapta. Y hoy, más que nunca, esa transformación es evidente.

La herencia que resiste

Hasta hace unas décadas, la vida en Cusco seguía un ritmo ancestral. Las festividades del calendario agrícola marcaban los tiempos del pueblo, las casonas coloniales aún albergaban familias cusqueñas de generaciones, y el comercio era local, íntimo, entre vecinos. Los niños jugaban en las calles del barrio de San Blas, las chicherías abrían a media tarde y la Plaza de Armas era un espacio compartido, no una vitrina para turistas.

Turismo: bendición y desafío

Hoy, Cusco ha cambiado. Lo que antes era una ciudad tradicional, ahora es una metrópoli turística. La economía gira en torno al visitante. Cada año, millones de turistas llegan con la ilusión de conocer Machu Picchu, pero terminan impactando también el tejido urbano, social y cultural de Cusco.

Barrios enteros han sido desplazados para dar paso a hoteles boutique y restaurantes internacionales. Las tiendas de artesanía local conviven —y a veces compiten en desventaja— con souvenires importados y franquicias extranjeras. El centro histórico se ha gentrificado. Vivir allí ya no es una opción para muchos cusqueños de clase media.

Modernización sin brújula

Las nuevas urbanizaciones se expanden hacia las laderas, donde antes solo había chacras. Esto ha provocado la pérdida de paisajes sagrados y ha generado riesgos ante deslizamientos. El transporte público es insuficiente. Y aunque Cusco crece, no siempre lo hace con planificación.

A esto se suma la presión por construir teleféricos, accesos vehiculares y megaproyectos que amenazan con alterar la esencia de lugares emblemáticos. El balance entre desarrollo y respeto por el patrimonio es frágil, y en muchos casos, se ha roto.

Resistencia cultural

A pesar de todo, el espíritu cusqueño no se ha rendido. Las comparsas aún danzan en las fiestas del Corpus Christi. Las ferias barriales, como la de San Pedro, siguen activas, aunque enfrentan amenazas por la especulación inmobiliaria. Jóvenes artistas, músicos y cineastas andinos están recuperando el quechua, fusionando ritmos ancestrales con géneros modernos y luchando por contar su propia historia.

Organizaciones ciudadanas también han empezado a defender el derecho a un Cusco para los cusqueños. Promueven leyes de protección del patrimonio inmaterial, incentivos para residentes del centro histórico y proyectos que conjuguen tradición y sostenibilidad.

¿Qué futuro queremos?

El Cusco de ayer no debe ser solo una postal romántica. Y el Cusco de hoy no tiene por qué convertirse en un parque temático sin alma. Hay una tercera vía: un Cusco moderno que no se olvide de su raíz. Uno que se atreva a desarrollarse sin arrancarse la piel.

Hoy más que nunca, es vital preguntarnos: ¿queremos que nuestros hijos conozcan el Cusco real o solo el Cusco que vendemos?

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